domingo, 19 de octubre de 2014

A donde no llegan los santos

En Bayaguana: “El Cristo de los Milagros se quedó en el pueblo, pero se olvidó de ellos”

Por: Yamel Sosa y Nicole Sánchez

Cada año, miles de feligreses se trasladan al Santuario de Bayaguana en conmemoración del día de San Juan Bautista, lugar que se ha convertido en uno de los principales atractivos de la región, debido a la presencia de la imagen del Cristo de los Milagros, el cual para los habitantes de Comate y Comatillo “se quedó en el pueblo y se olvidó de ellos”.


IMAG0513Al margen de casas campestres, saltos y balnearios, cerca de Cristo pero lejos de Dios. Entre numerosos destinos paradisiacos de Republica Dominicana se encuentra Bayaguana, un municipio perteneciente a la provincia Monte Plata, con atractivos naturales y culturales tanto para dominicanos y extranjeros, pero con la pobreza como látigo azotando a sus habitantes.

Aquí no llegan los santos

A unos pocos kilómetros del pueblo, un poco más allá de donde termina el asfalto y comienzan los caminos de caliche, en un lado del camino se observan pequeñas casitas de madera, unas están pintadas y otras no, con pisos de tierra y techos de zinc. Es increíble ver que un pueblo fundado antes que la República, con más 500 años de Historia, se encuentre congelado en el tiempo y el olvido.

Las viviendas parecen caerse a pedazos, madera carcomida, puertas cayéndose, una habitación para toda la familia con pocas camas, pocos muebles (si es que los hay), sépticos destapados, poca higiene, y son las características de los techos de algunos de los moradores de los parajes de Comate y Comatillo.

En una de esas casuchas, en una cocinita improvisada construida de zinc y leña, alrededor de las 5:00 de la tarde una mujer enciende el fogón para cocer lo que será su primera comida del día, pues a esa hora llega su cuñado Nelson del conuco, con lo poco que recolectó de la cosecha.

Vivir la travesía diaria de caminar de Comate a Comatillo para llegar a la finca donde limpia, cuida de los animales y cosechar lo que puede para sobrevivir, solo es parte del día a día de Nelson González, quien a sus 40 años lleva sobre sus hombros la carga de toda su familia, conformada por cuñada, su hermano y sus dos sobrinos.

 “Trabajar de sol a sol, llegar con las manos lastimadas y no ver una mejoría te hace vivir sin esperanza y más ahora que mi hermano perdió la mitad de su cuerpo” dice González con voz triste mientras cabizbajo, despedaza desesperadamente una hoja de papel, y luego entrecruza los dedos y coloca ambas manos sobre su cabeza a la vez que cierra los ojos e inspira profundo.

Su hermano Jean Carlos apoyado sobre dos muletas trata de no caerse mientras intenta secarse el sudor de la cara. Ya han pasado cuatro años desde el fatídico día del accidente en que perdió un brazo y una pierna.

Eran algo más de las tres de la tarde cuando Jean Carlos se encontraba en los terrenos de su patrón cortando un arbusto, cuando sintió un fuerte corrientoso, había golpeado un cable de alta tensión que estaba entre la maleza, hecho que cambiaría toda su existencia.

El poblado de Bayaguana, originalmente llamado San Juan Bautista de Bayaguana, fue fundado el 1606, por pobladores de Bayajá y Yaguana situados al norte y al oeste de la isla de Santo Domingo, despoblado por orden del Rey Felipe III, y ejecutado por el entonces gobernador de la isla, Antonio de Osorio, para combatir el contrabando que existía en dicha zona.

En estos valles la pobreza crece, aunque el turismo aumenta, en las cercanías se encuentran varios sitios de atracción turística, se trata del Salto de Comate, donde diariamente afluyen centenares de personas a disfrutar de sus frías aguas. Visitantes vienen y van, que así como pasan, parecen ignorar la penuria e indigencia de los pobladores.

Un poco más retirado, en un pequeño rancho que está vacío, de entre los matorrales que le quedan detrás, cuando el reloj marca cinco minutos pasadas las seis, aparece la figura de un hombre, que camina despacio pero que grita con energía, él es Don Sergio Castillo.

A sus 80 años vive solo, cosecha lo que puede para comer y sobrevivir los años que le queden. Diez minutos más tarde, enciende un fogón y pone a hervir dos plátanos sin la esperanza de acompañarlos con nada más que agua. Recostado en un árbol y con una ligera sonrisa dice: “Yo que me he pasado la vida entera trabajando y aún así no tengo nada, solo una casita de madera y yagua con piso de tierra, sin cocina ni baño es el techo que me cubre todas las noches. Aquí no llegan los santos, solo pasan cuando se aproximan los comicios a escuchar nuestras plegarias, pero a escucharlas solamente”.

En la misma constante precariedad se encuentra la familia Montuso, quienes desde hace aproximadamente 21 años trabajan en la hacienda “La Karola”. A sus 21 años Gabriel Motuso solo tiene aprobado hasta el octavo curso, pues desde los trece ha tenido que trabajar para ayudar a sus padres, ya mayores, y a sus hermanos pequeños.

A las 7:00 de la noche, el sol se oculta entre las montañas, y el interior de la casa de Gabriel se torna cada vez más oscuro, sin electricidad, sin ventanas, apenas se puede distinguir el rostro de un muchacho, a quien el destino le ha robado el sueño de tener una mejor educación.

Bayaguana, con una superficie de 878 Km² tiene una población de 33,122 habitantes de los cuales 68.4% vive en pobreza general y 24.1% en pobreza extrema, producto de la crisis de la industria azucarera y la transformación del sistema productivo, que pasó a ser esencialmente ganadero.

El viejo ingenio “Santa Rosa”, que durante años produjo miles de toneladas de azúcar orgánica para la exportación, y que fue orgullo de los lugareños, dejó de moler. Sucumbió cuando se produjo la crisis financiera del Banco Intercontinental (Baninter), entidad que financiaba sus operaciones. Al cambiar la situación muchos quedaron sin empleo.

Entre penas, tristezas y desilusiones se encuentran los habitantes de los parajes de Bayaguana, sintiéndose abandonados por el gobierno y también por los santos que al parecer se han quedado en el pueblo, por lo que aún conservan la esperanza de que algún día uno de ellos venga, se quede definitivamente y esté dispuesto a cuidarlos.